A veces se produce el milagro. Hoy ha pasado. Es de esos días que descubres cosas maravillosas a tu alrededor. Hoy había más luz en el ambiente, mucho más frio. La atmósfera idónea.
Y entonces te has puesto a hablar mientras comíamos. Al principio manteníamos la típica conversión intrascendente: acerca de todo y de nada. Nos esforzábamos por rellenar el silencio, sin dejar ni un pequeño resquicio por dónde se pudiese colar la incomodidad. Tan típico. Pero luego has empezado a hablar. A hablar de verdad. Si trato de recordarlo me parece incluso que te cambió la voz. Y yo me callé. Tu hablabas y yo te miraba. Y todo lo que decías me parecía maravilloso. Tú empezaste a parecerme maravilloso.
La gente no habla de lo que siente. No intentan aprender cosas nuevas. No tratan de cambiar y, si lo hacen, nunca es a mejor. La gente no se apasiona por una película, no adora el teatro, no valoran ningún tipo de arte. No persiguen sueños. No te saludan con un beso y un abrazo.
La gente, simplemente, no es como tú. Y por eso, Ricardo, te doy las gracias: por ser diferente, por ser raro, por ser excepcional, único, singular, o como quieras decirlo. Por ser, sencillamente, mejor que el resto.