miércoles, 20 de enero de 2010

The end...


Me encantan los finales. Un orgasmo. Una despedida. Un lacrimógeno desenlace en una película. Adoro los finales. Un final de canción de esos que estallan. Zas! Las notas se descomponen en pequeños átomos que inundan tu cabeza. Y tarareas, tarareas. Contra tu voluntad: tarareas. Esos finales.

O las discusiones. No las que se arreglan con un polvo o con un abrazo. Ni siquiera esas que mantienen silencios de días o incluso meses y que, finalmente, se olvidan por hastío. Me gustan las que suponen un fin. Cuando discuto con alguien para siempre lo sé: lloro. Lloro, me pierdo y como chocolate.

Y, sin embargo, hay dos finales que no me gustan. Los desenlaces en los libros y la muerte. A veces empiezo libros que no llego a terminar, prefiero imaginar por mi misma qué va a pasar. Cuando conozco a los personajes yo decido si van a ser felices, si se mueren, corren, saltan, viven, o se encierran en su cuarto a escuchar música melancólica y no salen nunca, nunca más. Es una lástima que no pueda hacer lo mismo con las personas: por eso, no me gusta la muerte.

martes, 19 de enero de 2010

Me aburren vuestras absurdas caras.


Cuando se siente sola ataca sin piedad el chocolate. Se mete cachitos pequeños en la boca de forma casi lasciva. Cuando se siente sola piensa que vive rodeada de inútiles y estúpidos que no la comprenden. Piensa que nadie se ha sentido nunca tan solo (ni siquiera en los dos mil diez años de historia). Nadie.

Pero también piensa que todos los demás son inferiores. Que no son tan inteligentes como ella: por eso no pueden comprenderla. Piensa que si sus amigos supiesen tanto de teatro o de literatura como ella sabe no ocuparían su tiempo en cosas absurdas e inútiles. Y se acuerda de ellos, los imagina tan nítidos como si los tuviese delante y se ríe por dentro. A carcajadas, porque son inferiores.

Luego, se acerca hasta el baño a pasitos cortos. Se mira en el espejo y se pinta los labios de un color rojo fuerte. Dibuja en sus labios una leve sonrisa y deja caer la mirada: ni Marylin Monroe lo hacía tan bien.

Cuando se reencuentra con ellos, cuando por fin tiene delante a sus amigos, les sonríe. Una sonrisa de oreja a oreja. Es su pequeña venganza contra el mundo por hacer que se sienta tan sola: sonríe porque ella es superior, porque (a pesar de estar abandonada al ostracismo) ella es realmente feliz.

miércoles, 13 de enero de 2010

Putos examenes.

Los exámenes me están dejando gilipoyas. Y se supone que todos esos conocimientos estúpidos e inútiles deberían servir para engrandecerme como persona. No se entonces por qué tengo la sensación de que saliendo a la calle, acercándome a una biblioteca, dedicándole dos horas a mi amado, amado teatro, teniendo una buena conversación acabaría aprendiendo más.