domingo, 14 de marzo de 2010

El otro día subí al Metro sin ningún destino. No lo había hecho nunca: el Metro es el transporte de aquellos que tienen prisa por llegar a un lugar concreto. Pues bien, me subí consciente de que contaba con todo el tiempo posible para analizar a los especímenes que allí me encontrase. No me dirigía a ninguna parada ni pretendía tomar ninguna linea en concreto.
La linea azul fue finalmente la elegida. Me senté, arrebatando el asiento a embarazadas, cojos y viejos. Yo había llegado primero y pretendía estar allí un rato largo.
Comencé a tomar nota bajo la atenta mirada de la cuarentona que se balanceaba de pie a mi derecha.
La gente se mezclaba, los átomos de los diferentes olores (algunos sumamente repugnantes e insalubres) se unían formando una especie de ambiente viciado que, personalmente, me asqueaba pero que a toda aquella gente no parecía importar. De frente: dos señoras. El bolso de Tous de una entrechocaba en cada frenada con la andrajosa mochila de la otra. No parecía molestarles.
Sólo llegué a una conclusión: el Metro es el nuevo comunismo. Marx estaría sumamente orgulloso.